Hace algunos días vi The Martian. Si no la viste, lo deberías hacer ahora mismo, y si no querés ningún spoiler sería bueno que dejaras de leer en este momento.
Mi mayor motivación para verla es el hecho de que el espacio, y especialmente Marte, tienen mucho que ver un proyecto en el que estoy trabajando (del cual ya voy a hablar más adelante), en donde se toca mucho el tema de la lejanía como forma de escape, pero también como camino a la alienación. Sin embargo, no me encontré con tantos dilemas psicológicos o existenciales como con cosas que tienen que ver mi trabajo o mi vida cotidiana, y con la forma en que las encaro o debería encararlas. Y también creo que más allá de mí, esas cosas son aplicables a casi cualquier persona a la que le importa algo de lo que hace.
Ya desde el momento en el que se despierta en un Marte desierto y sin ningún otro ser humano alrededor, Mark Watney se presenta como una persona proactiva, con una actitud avasallante al momento de buscar soluciones a un problema. Durante la película se lo ve hacerse una intervención quirúrgica menor, hacer crecer vegetación en un planeta poco apto, fabricar agua, crear un sistema de recarga para un vehículo destinado a viajar durante pocas horas, idear un sistema de comunicación efectivo con un lenguaje limitado, etc. Algunas son cosas que requieren conocimiento teórico, y otras requieren tiempo, pero todas requieren actitud.
Sin una buena predisposición a resolver problemas, nos condenamos a la resignación. Las soluciones de Watney no siempre son excelentes; algunas de las cosas que hace no funcionan de la mejor manera posible, otras se rompen o son destruidas por una falla humana o un factor ambiental. También se frustra, insulta, discute, y tiene miedo. Pero siempre vuelve, nunca deja de intentar, acepta las recomendaciones de quienes conocen ciertas cosas mejor que él, incluso aunque a veces no esté de acuerdo. Y eso es lo que termina dando resultados, es lo que lo hace volver a la Tierra. La constancia, la entereza de continuar de acuerdo al plan todos los días, y la humildad para cambiar de planes cuando el anterior falló.
Un programador puede conocer muchísimo acerca de las herramientas que maneja: lenguajes, programas, patrones, librerías, etc. Pero ni el conocimiento teórico ni el práctico son suficientes si no se está dispuesto a desafiar lo que conocemos, a buscarle otra vuelta de tuerca a esas situaciones complicadas en las que estamos, a cuestionar lo que estamos haciendo en lugar de seguir construyendo soluciones ad hoc para un planteo defectuoso. Sin predisposición estamos condenados al estancamiento. Pero por sobre todo, necesitamos saber reconocer cuándo hace falta salir de nuestros propios cuestionamientos para empezar a poner en práctica esas ideas superadoras, por más que aún no sean perfectas. De hecho, probablemente nunca lo sean, pero sí pueden ser mejoradas y vueltas a cuestionar progresivamente, conforme avanza nuestro trabajo. Si tenemos ese tipo de actitud y persistimos en ella de manera constante, por poco intuitivo que suene, podemos quedarnos tranquilos sabiendo que nunca vamos a alcanzar esa perfección que buscamos, y que es eso justamente lo que nos permite mejorarnos día a día.